En el Día del Libro y me he acordado de uno que publiqué hace ya muchos años…
Fue en 2005. El fotógrafo Alberto Muro y yo trabajamos durante muchos meses para hacer una investigación sobre el caserío vizcaíno y plasmarlo con imágenes y textos. Analizamos diferentes aspectos: el origen, la historia, la arquitectura, la producción, el desarrollo, la labor de la mujer, los nuevos modelos de negocio en torno al caserío…
Fue publicado por la Diputación Foral de Bizkaia y resultó un trabajo maravilloso y enriquecedor. Lleno de aventuras y hasta para ponerle título realizamos una investigación y pasamos mil anécdotas.
Una maravillosa experiencia que tuvo su fruto en un trabajo precioso. Disfrutamos mucho por mil y un rincones de la geografía de Bizkaia y pasamos mil aventuras de todo tipo.
Y recordamos con gran amor y gratitud lo bien que nos acogieron los/as baserritarras, los/as campesinos.
Dejaron su larga lista de quehaceres diarios por sentarse con nosotros un rato a contarnos cómo era su vida, su día a día, sus preocupaciones, cómo la industrialización les había cambiado la vida, cómo innovaban en la producción, cómo buscaban nuevos modelos de negocio… Nos abrían las puertas de su pequeño mundo a diario y nos mostraban y enseñaban mucho más que una casa y un modelo de producción.
Nos mostraban una manera de ver el mundo.
Aprendimos mucho y en mi caso volví a mi origen del caserío. Y también me revolvió por dentro. Aquello fue mucho más que un trabajo de creación y producción de un libro.
Yo soy nacida en caserío y conocí la ciudad cuando tuve que escolarizarme. Pero el baserri ha sido una parte muy importante de toda mi vida hasta hace muy pocos años, incluso aunque por la noche mi cama estuviera en un piso en una ciudad.
En aquellos largos meses en los que trabajamos en el libro sentí que recuperaba una gran parte de lo que yo soy, de mi esencia.
Muchas de las historias que nos contaban los/as baserritarras, los/as campesinos/as, eran muy parecidas a las que habíamos vivido en el nuestro y las recordaba similares en primera persona. En numerosas anécdotas veía a mis aitites o a mi aita. Los problemas que nos describían eran los que yo tantas veces había escuchado. Yo era todo aquello. Yo formaba parte de aquel mundo…
Aquellos olores, paisajes, texturas, materiales, las comidas, los animales… Todo aquello era parte de mí. Todo me era conocido, porque en todo aquello estaba yo. Y lo sigo estando.
Y todavía más: mucho de lo que somos los/as vascos/as se lo debemos a los/as baserritarras. Nuestra identidad y forma de ser y de vivir lo tenemos ahí desde tiempos ancestrales. Casi sin darnos cuenta volvemos allí una y otra vez cuando tenemos que ser conscientes de quiénes somos. Ahí está nuestra esencia y ellos y ellas son los que la mantienen.
Incluso ellos y ellas son también los que cuidan y mantienen el maravilloso paisaje que tenemos y de este entorno tan privilegiado del que disfrutamos.
Eskerrik asko.